lunes, 15 de noviembre de 2010

AMANCIO


Cinco torsos. Cinco presencias. Cinco cuerpos procedentes de un mismo roble centenario, muerto de viejo y reencarnado ahora en el arte luminoso que nos ofrece Amancio González en su cruzada por un arte escultórico figurativo, que dialogue a la vez con la tradición y con la vanguardia, sin vencedores ni vencidos. Cinco rotundas afirmaciones sobre la condición humana. Cinco sonetos de madera. Cinco jirones de Troya. Colocado delante de estas esculturas, percibes los ecos de lo que no está. No son torsos cosa, tampoco un juego de formas o mera exhibición de anatomía: ahí dentro, en esas entrañas de astillas habita la Historia del Hombre. Amancio no ha querido ponerle nombre alguno a estas obras, para que sea el espectador quien se lo ponga. Nosotros proponemos los nuestros: Aquiles, Patroclo, Héctor, Ulises, Eneas o también Gilgamesh, Leónidas, Perícles, Hércules, Jasón o tal vez cinco variantes del torso de Julio César, o de Aragorn, o de No importa, ya dijimos que en ellos habita la Historia del Hombre. Precisamente, uno de los grandes hallazgos de este escultor es su capacidad para relacionar sus creaciones con los mitos, quizá por ello en las ciudades donde hay esculturas suyas en espacios públicos enseguida se convierten en centinelas de lo invisible.

En estos tiempos convulsos, su obra es consecuencia de una larga trayectoria de meditación sobre la esencia de lo escultórico, de ahondar en las posibilidades de este lenguaje, con humildad y también con firmeza, pues no es el suyo un oficio para quienes se marean en medio de la tempestad. Donde otros serían toscos, él es siempre es sutil, capaz de hallar la fragilidad secreta de los materiales con los que trabaja, sea piedra, madera o hierro, o en esos maravillosos dibujos suyos en los que la línea se transforma en la respiración de un maestro zen.

Leo siempre con interés las noticias sobre sus premios, encargos y cursos, pero aún más me gusta verle trabajar en su taller, pues la escultura no permite espejismos de entrega, no la suya. Tal como he venido manteniendo a lo largo de los años, hay una clase de artistas -Amancio entre ellos- a quienes no les interesa tanto el realismo como la verdad, dos conceptos que no deben ser confundidos, aunque puedan verse interrelacionados. Elude lo fotográfico, pues, como digo, la verdad que él esculpe o talla en sus piezas no es la meramente visual, sino la que subyace.

Cinco torsos enigma. Cinco maderos de náufrago. Cinco cíclopes solitarios. En definitiva, cinco esculturas extraordinarias para esta excelente exposición, representativa de su actual etapa. Un artista que sabe lo que quiere y que, por tanto, es poco o nada dado a los golpes de timón, hay en su ya larga trayectoria una constancia y una coherencia, privilegio de quien encontró enseguida una voz propia y lo que nos ofrece siempre son variaciones de sus ecos. Lo mismo puede decirse de la serie que también ha traído a la galería Cornion, donde un hombre aparece ubicado sobre estructuras geométricas, y que ha titulado "Reconstrucciones", ejemplo de su cosmos poético más personal, que le sirven para desplegar sus extraordinarias dotes para la composición, me atrevería a decir que también musical, pues dichas formas de bronce tienen algo de enigmático pentagrama. Ulises dentro de un cuadro de Mondrian.

Pero volvamos a los torsos, a estos cinco torsos mapa de la condición humana. La sensibilidad de Amancio nunca cae en el sentimentalismo. Ni su interés por el cuerpo humano deriva en fascinación por lo muscular. El de sus obras es un canon griego después de haber luchado con un lobo hambriento. El héroe tras la batalla, no en el quietismo de un posado narcisista. Estos torsos - parece decirnos Amancio-, un día fueron esculturas completas de alguien que mereció tal honor, y, sin embargo, míralos hoy, qué extraña belleza se desprende del todo desintegrado.

En definitiva, Amancio González vuelve a ofrecernos lo mejor de sí mismo, en una trayectoria profesional marcada por la integridad y la entrega. Como se ha hecho a lo largo de los siglos, este escultor habla el idioma de los materiales sobre los que trabaja, sabe que el dominio de la técnica es un viaje iniciático que nunca concluye, aunque en su caso ya lleve un largo camino recorrido, y no ignora que en estos tiempos de crisis, no solo económica, un artista tiene mucho que proclamar al respecto, sin necesidad de recurrir directamente a la iconografía del presente. Estas nuevas creaciones suyas nos hablan de todo aquello que ocurrió, ocurre y ocurrirá. Lee en ellas. Deja que tu mirada las recorra. Permite también que ellas lean en ti y te recorran.

Cinco torsos de héroes anónimos y cuyos nombres eran ayer coreados. Cinco torsos con alma dentro. Cinco verdades recuperadas. Y muchas otras cosas.

Eduardo Aguirre Romero

lunes, 1 de noviembre de 2010

Norman Rockwell







 Norman Percevel Rockwell (3 de febrero de 1894, Nueva York8 de noviembre de 1978, Stockbridge) fue un ilustrador, fotógrafo y pintor estadounidense célebre por sus imágenes llenas de ironía y humor.
Su infancia fue feliz, viajando y pasando los veranos en Nueva Jersey junto con su familia. Desde pequeño dio muestras de un gran talento para el dibujo, comenzando con unos acorazados que gustaron mucho a los niños de su localidad. Alrededor de 1908 descubre que su verdadera vocación es, definitivamente, la ilustración, y por ello asiste todos los días desde ese año a las clases de arte de la Chase School en Manhattan.
A los quince años, abandona definitivamente los estudios para ir a la National Academy School, donde hacía copias de vaciados en yeso, costumbre propia de muchos artistas del siglo XIX, a modo de aprendizaje.
En 1910, Rockwell se trasladó a la Art Students League, donde aprendió anatomía e ilustración, perfeccionando sus conocimientos previos, con maestros como George Bridgman o Thomas Fogarty.
Sin embargo su carrera se verá para siempre inmortalizada por su empleo como ilustrador oficial del Saturday Evening Post, una revista de actualidad y sociedad; su primera portada data de 1916; Norman Rockwell trabajó para esta revista hasta 1963. Sus portadas, anuncios, ilustraciones y demás publicidad han sido repetidas e imitadas hasta la saciedad, símbolo del típico ilustrador virtuoso norteamericano: hizo publicidad para McDonald's o Coca-cola, cereales, chicles, neumáticos, etc. [1]
Rockwell reconocía al también gran ilustrador Joseph Christian Leyendecker como influencia e inspiración y así lo menciona en su autobiografía My Adventures as an Illustrator (Mis aventuras como ilustrador). Rockwell fue también amigo personal de Leyendecker.